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domingo, 26 de diciembre de 2010

felices feriados




Pase una navidad bastante espiritual: estuve recontra misia :)

Felices fiestas!

^misia: pobre!

jueves, 16 de diciembre de 2010

Garúa miserable

Hoy fui a la playa
fui sola y
como aún no es verano
no había gente.

El mar estaba bravo,
al romper las olas,
me salpicaba una garúa menuda
y miserable.

La garúa me empapaba con pellizcos
de la suma de todos mis miedos,
y me congelaba.

Luego desde el lejano camino seguro
y ante la inmensidad del mar
aunque la garúa continua
mi temor ha comprendido
que era nada.

que era nada...

domingo, 12 de diciembre de 2010

Mujeres románticas (Susana Rinaldi)


Digo siempre, en cuanto a Malena, y a María, que me hubiera gustado saber si estas mujeres existieron en realidad, o si fueron invento de estos poetas. Y, de haber existido, me hubiera gustado saber cómo hicieron para que estos hombres escribieran las maravillas que escribieron. Posiblemente porque estos poetas fueron caminando por muchos barrios de Buenos Aires a la hora de que las casas bajas cerraban las persianas.Y adivinaron, porque para eso estan los poetas, que detrás de cada una de esas cortinas había siempre una muchacha esperando lo que jamás llegaría.

¿Qué esperaban? El amor. El amor más imposible. El amor más inventado. Más que el amor, una fantasía que se les había instalado en el alma. ¿Por qué? Porque ellas eran románticas. Las habían educado en la idea del romanticismo para que tuvieran una actitud de eterna espera. Para que se quedasen detrás de las cortinas espiando una vereda por la que jamás llegó el tan famoso principe azul. Porque así era... esa era la idea del romanticismo, ese romanticismo que las hizo sumisas, silenciosas, resignadas, ilusionadas... equivocadas.

¿Y qué era el romanticismo? Un tónico.. al revés. Para que no crecieran nunca, para que fueran como eternas niñas. Por comenzar, a ellas las había traído la cigüeña. La cigüeña se pasaba la vida de París al barrio y del barrio a París, dejando paquetitos y volvía a buscar otro paquetito.. Las había traído la cigüeña porque ellas nacían también de otro amor.. romántico. Aclaremos: en aquella época no existía el espermatozoide. El espermatozoide. Ellas no conocían esta historia, habían nacido de madres vírgenes que les metieron en la cabeza la idea de la virginidad. Habían ido a escuelas donde les habían macaneado desde el comienzo -hasta el final-... ¿O no se acuerda alguno de ustedes de esas aulas, frías, enormes, en esas paredes donde colgaban esas láminas... Por ejemplo, el cuerpo humano, ¿ah? Había mucho pulmón, ¿no? Mucho estómago, mucho hígado, mucho intestino y para de contar. El intestino terminaba en un agujerito. Y el agujerito también tenía el nombre prohibido. A nadie se le ocurría hablar del agujerito. En el romanticismo los agujeritos no existían. Porque no se los nombraba. Y ya sabemos, ¿no? Lo que no se nombra no existe.

Esa era la idea del romanticismo: una hoguera de hielo donde se quemaron de frío las pasiones, los latidos y los deseos de las muchachas que esperaban detrás de las cortinas la llegada de un príncipe azul. ¿Qué príncipe? ¿qué azul? Cuando se arrimó el muchacho del frente, no era azul. Cuando se arrimó el muchacho del frente y quizo tímidamente desabrochar dos botoncitos de la blusita que ella llevaba, la ilusión se les vino abajo. Huyeron aterrorizadas. Huyeron para quedarse eternizadas detrás de las cortinas. Sí. Talvez fue en ese momento cuando pasó tal escritor, o cuando pasó tal otro poeta, y descubieron que estaban allí, escondidas, perdidas, y con un gesto de amor, las rescataron para siempre.

Pero qué triste quedarse para siempre eternizadas en heroínas de tango. Por supuesto, muchas escaparon del romanticismo (sino yo no estaría aquí ahora), aprendieron que la lámina de la escuela estaba incompleta cuando, en la oscuridad asustada del zaguán, se acercaron al cuerpo sorprendente del muchacho de enfrente. Habría que levantarle un monumento al zaguán. Y a esos príncipes... sin sangre azul, que conquistaron tantas fortalezas, le pusieron besos a las chicas en los zaguanes, le dijeron algunas palabras prohibidas a las chicas en los zaguanes, tuvieron el coraje de darle una patada al romanticismo para que la vida estallase y posiblemente para que la cigüeña volviese a volar, dejando un paquetito, y otro, y otro.

Habría que hacerle un monumento a los muchachos de en frente. Pues le pusieron vida a la ausencia de vida. Y ya vemos ya, que no hay teoría que sea más fuerte que la vida misma… solo se trata de vivir, vivir, vivir...

jueves, 9 de diciembre de 2010

Qué bonito es entender.

Ella no había sido una puta
pero casi.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Nadie es profeta en su tierra.

Nadie es profeta en su tierra, hasta que gane un Premio Nobel.

Ayer llegue a casa y me encontré con una grata noticia, lo que es últimamente raro en un noticiero peruano. Era Mario Vargas Llosa dando un discurso: Elogio a la literatura y la ficción, era un elogio que resultó siendo un amplio piropo reflexivo y conmovedor, no solo a la literatura y la ficción sino a la vida, la realidad, la política y hasta a la vida doméstica, los quereres y el amor.

Mario demostró en todo momento, ser un hombre extraordinariamente humilde, reconociendo que sin el apoyo de las personas que lo rodearon a lo largo de su vida, él no hubiera logrado lo que hoy vemos, logró. Y esa humildad, lo hace ver aún más grande.

Mario se quebró al hablar de los 45 años que lleva casado junto a Patricia, su prima. Reconociendo lo que muchos grandes hombres a  lo largo de la historia no han reconocido: que detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. Con sus palabras, como siempre, conmovió al mundo, al Perú, y me conmovió a mi.    

Por eso anoche emocionada les deje el discurso completo, sabía que cualquier cita de referencia se quedaría corta; pero también sé que pocos lo escucharan y menos aún, lo leerán completo y por eso hoy les dejo un video con un extracto del discurso, con fotos de Mario en diferentes momentos de su vida. 

Por cierto, el minuto más conmovedor del elogio de agradecimiento a Patricia empieza en el 3.27.

 

martes, 7 de diciembre de 2010

"Mario, para lo único que tú sirves es para escribir"

Elogio de la lectura y la ficción 
Por Mario Vargas Llosa



Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d¿Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.


La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.



Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.



No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma ¿la escritura y la estructura¿ lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.



Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.



Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.



Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.



La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.



Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos ¿aunque nunca llegaremos a alcanzarla¿ a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.



En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy ¿que trato de ser¿ fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.



De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.



De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.



Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país ¿lo que tampoco tendría mucha importancia¿, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.



Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si ¿el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan¿ el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.



Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!



La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.



Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso ¿triste consuelo¿ descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.



De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.



Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.



Detesto toda forma de nacionalismo, ideología ¿o, más bien, religión¿ provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.



No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.



El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” ¿lindo y triste apelativo¿, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño ¿la llamábamos el Barrio Alegre¿, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.



El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.



Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.



Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.



Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).



La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.



Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas ¿rayos, truenos, gruñidos de las fieras¿, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.



Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.



De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.


© FUNDACIÓN NOBEL 2010
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.




domingo, 5 de diciembre de 2010

Esteban

El miércoles 1 de diciembre fue el día mundial de la lucha contra el SIDA. Y con esto yo recordé que soy particularmente sensible al tema, por varias razones, principalmente porque a lo largo de mi vida he podido conocer a varias personas portadoras del VIH y a algunas que sufrieron de SIDA.

Una de las primeras experiencias sucedió, cuando era niña, una tía muy querida para mi, trabajaba como asistenta social, y le daba clases particulares a un niño muy inteligente. Este niño no iba al jardín como los demás; y mi tía, por encargo del gobierno, le daba clases particulares. Ella, los días que iba a su casa, llevaba un bolsa especial con juguetes, cuadernos, colores, curiosos guantes quirúrgicos y rollos de gasas; yo pensaba que todo aquello era para jugar, a las momias tal vez.

Este niño, esperaba con ansias la llegada semanal de mi tía, y aunque extrañaba el jardín de infantes, se resignaba a no asistir a pedido de la junta de padres de familia, con tal de jugar luego de las clases en el parque que quedaba cerca de su casa, o de venir a la mía, y jugar conmigo. Era un día a la semana muy lindo y esperado por mi también, solo debía conservar el secreto de las visitas del niño a mi casa y de las salidas al parque entre mi tía y yo. Además de tener mucho cuidado con él, debía quererlo mucho, prestarle mis juguetes y no pelear nunca con él, menos rasguñarle o morderle, o algo así, porque él era menor que yo, muy especial y delicado (en palabras de mi tía); y si le pasaba algo, no debía tocarlo, sino avisarle al toque a mi tía.

Mi tía lo trajo a casa todos los martes, por meses, hasta que un día, me dijo que estaba resfriado y con fiebre, que lo traería la próxima semana. Eso no paso, nunca más lo trajo.

Mí tía dijo que su papá lo había llevado de viaje a otra ciudad para que pudiese estudiar en el jardín. Yo estaba triste, no entendía razones y tenía mis sospechas. No le creí.

Tiempo después me enteré, que en verdad ese niño era portador del VIH, que los papás de la junta de padres se enteraron que lo padecía, que lo alejaron del jardín y, que por eso mi tía era su tutora. Me enteré de que su papá (quien también era portador) luego del la muerte de su esposa, necio y dispuesto a empezar una nueva vida sin estorbos, lo había ido a dejar a un albergue para niños portadores.

Y yo no entendía, en toda esta cadena ¿a qué le tenían tanto miedo?¿por qué relegar tanto a Esteban? si él era adorable, si él era mi amigo, si él era inocente.

"Es la ignorancia hijita, es la ignorancia..." decía mi tía para consolarme, pero años después sigo sin entender.





Jóvenes con VIH

lunes, 29 de noviembre de 2010

Comentario

Tengo la impresión, de que este rincón del ciberespacio, está cada vez más desolado. Vamos, de hecho hay gente que entre clicks pulula por ahí, pero no la siento (¿o será que no dejan comentarios? ...jaja como sea) el boom de tener un blog personal está pasando, veo pocas actualizaciones de entradas nuevas; y no es que la gente no esté con la compu prendida, al contrario, ahora somos cada vez más dependientes de ella; lo que pasa es que es todo tan breve que ya nadie se queda en un lugar mucho tiempo como para desarrollar y darse el tiempo de postear una idea larga, estamos conectados pero no estamos navegando, ni leyendo algo... no sé si me dejo entender, pero el hecho es que estamos dispersos (es que facebook nos jodió a todos XD ).

Estamos conectados en las diferentes clases de mensajería instantánea (messenger o en facebook) chateando , pero no leemos contenidos de fondo, no hacemos análisis, y la concentración vuela-vuela, se trasmiten links y así de link en link llega información de forma interminable, YouTube y facebook te pueden hipnotizar y  sin darte cuenta se te ha pasado el tiempo, tiempo que has perdido fisgoneando la vida de tus "amigos" de  una manera solapadamente voyerista. 

En las redes sociales, los comentarios se hacen cada vez más breves, ver una respuesta larga da "pereza" y ya ni se lee.  Además parece que todos manejaran el mismo modo de hablar, el mismo código. Ya no siento que se desarrollen estilos, no hay debate y siento que los comentarios muchas veces sobran. 

Y hasta yo he dado cuenta de que estoy usando este blog como si fuera una cuenta de twitter.

Me pregunto si  hoy me leerán, o si estaré sola con esta larga opinión.

En medio de todo esto me siento rara, pero contenta, me expreso por un fuerte impulso de hacerlo y no quiero que sea con solo 140 caracteres :)


Nuevo diseño

Hoy le di un nuevo formato al blog, y queda demostrado que como diseñadora web soy buena albañil.
"Ama la libertad, siempre la llevarás dentro del corazón,
te puede corromper, te puedes olvidar; pero ella siempre está."

Te amo libertad. 
(Que vengan las vacaciones ¡ya!)

viernes, 26 de noviembre de 2010

Feliz

Bueno, estoy feliz, y sí, pueden odiarme por ello.
Lo repetiré de nuevo, estoy feliz, y mi redundancia no va dirigida tanto a convencerlos a ustedes como a convencerme a mi de que lo estoy.

Así que lo repetiré de nuevo: estoy feliz, estoy feliz, ESTOY FELIZ  #%@$#mare!


jueves, 25 de noviembre de 2010

Ensimismamiento

Ensimismarse significa sumirse o recogerse en la propia intimidad.

Así ando, y es riquísimo.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Lost

La tranquilidad fue el peor de mis autoengaños. He vuelto al pasado, a la niñez que tanto odie y bloqueé de mis recuerdos... I'm lost.

La sensatez me vuelve loca, el karma vuelve contra mí, visto de negro y el sol quema.

Pecó de silencio y me trago todo.



domingo, 14 de noviembre de 2010

Lo que pasa

Me interpelas, siempre me interpelas. Yo toreo tus preguntas descabelladas, yo omito. Omito con éxito y, como todos los éxitos vendidos y comprados, mi éxito es una semimentira.

Lo que pasa es que yo te comprendo, y quiero que también me comprendas: me has dado tanto en las pequeñas cosas que casi tengo el derecho de esperar tu comprensión en las grandes. Suena a ironía, lo sé, pero así somos, tú también eres así.

Sé que como yo, no me has mentido a ultranza, solo callaste cosas innecesarias. Solo nos llenamos de silencios.

El silencio se instalo, y así, cuanto más importante era una cosa, más parecía que queríamos callarla. Ya no habían indiscreciones, de repente, te respeté de más, y uno no siente pasión por lo que respeta, ni quizás por lo que ama.



Hoy

Puedo especular historias increíbles, como las de un buen sueño; pero solo son suposiciones. No llamas y no llamo.

Y yo escribo, y cada palabra que pongo me aleja un poco más de lo que yo quisiera expresar.

Estoy tranquila, me digo, pero yo sé que ese estado es el peor de los engaños, en el fondo creo que he tomado una decisión sin ni siquiera darme cuenta.


domingo, 7 de noviembre de 2010

De lo bueno poco



"La mañana está .. soleada 
por tus besos que .. se escapan. 
Busco tus rincones .. serenos 
para esconder .. mis dedos. 


Interminación, 
tus piernas de infinitamente piel, 
las ondas de tu voz, 
tus átomos de unión .. 
está todo en extinción. 


Ya casi estoy."



La canción es de: Los Seis Días, un grupo musical de estilo indie pop, conformado por cuatro mujeres, Nereida (voz), Aina (guitarra y coros), Nat (bajo) y Alba (teclados y sintes).

continuación

Y se llamará Úrsula.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Fantastic I - historias nomades que no debes tomarte tan en serio.

A sus 17 años, la insatisfacción y la incertidumbre, eran sus compañeras de vida. El vaivén hormonal dirigía su ánimo. Unos días, buscaba la aceptación de grupo, podía ser toda una payasa y así alejar la sensación de soledad a costa del ridículo, que de algo servía; otros días, ni terminaba de encajar en "señorita". La comprensión se escurría, el hastío crecía, y ella se sentía caer. Pensar en el futuro, venia a peor ¿qué hacer al terminar la secundaria? ¿Qué hacer el resto de la vida... ?

Gracias al narcisismo, la única certeza que tenía, era la de su fealdad.

Después de comer, iba al baño, prendía la luz, se paraba frente al espejo, se miraba a los ojos. Giraba el cuerpo, hinchaba la panza "El espejo no miente" - pensaba, cuando pensaba - "tengo una panzasa". Con el asco, venía la arcada, los dedos en la garganta, el collage tibio, la sensación de vacío. El pensamiento de que esta sí sería la última vez.

Sin darse cuenta su vida estaba llena de ciclos, de promesas incumplidas, de sensaciones de continuos autogoles.




domingo, 31 de octubre de 2010

Adiós amor equivocado

Dicen que en la juventud uno sabe primero lo que no quiere antes de saber lo que quiere. Para mi eso es cierto.

Puedo haberme confundido, pero era falta de conocimiento, exactamente de auto-conocimiento. Hoy me conozco y sé, para  mi las cosas no van fáciles, pero van lindas, y si no pues next. Hoy sé lo que quiero, y también a quién no quiero en mi vida. Y lo que no ayuda lo sacaré, aunque me duela más que un poquíto.

Finalmente, una decide su destino, y para mi el presente es lo que cuenta.

Moralejas: los amores equivocados también ayudan, te hacen conocer, vas puliendo, y para la próxima ya sabes, que es lo que de plano te resultará insoportable.





Este amor equivocado
no me importa más
estar a tu lado
ya lo ves
no era tanto tiempo...
Ya salí
no hay hogueras
esto es así
la vida es lo que deseas
adiós a mis
recibos de pena...

Aunque me muera de odio
aunque me muera de amor
nunca serás mi destino
oh, no.

Escapar
en un latido
dejar de amar
eso no tiene sentido
seguir tu rastro
no es parte de lo mio.

Aunque me muera de odio
aunque me muera, me muera de amor
nunca tendrás mi destino
oh, no.

Aunque me muera de odio
aunque me muera de amor
nunca serás mi destino
oh, no...


sábado, 23 de octubre de 2010

Musiquita II - De la selva su música

Lo prometido es deuda, así que acá van algunas buenas canciones de música peruana, esta vez son de la región de la selva, complementando al post Musiquita I de música criolla.

Me conmueve la simplicidad de estas canciones, sus arreglos con guitarra eléctrica, lo pegajoso del ritmo, la pendejada de la letra XD.

No por nada a "Frodo" ( Elijah Wood) del Señor de los Anillos, también le gusta:.A Frodo le gusta la cumbia peruana

PD: después de poner estas canciones tengo unas ganas de toneeeaaar !! jajaja


"¡Ay cariño! ¡Ay mi vida!
Nunca, pero nunca me abandones cariñito"






"Elsa, Elsa..
yo te juro que te quiero
que sin ti, yo moriria
si me faltara tu amor"







Ya se ha muerto mi abuelo ayayay !!







En esta canción no hay letra, pero los arreglos de guitarra lo son todo.





Mi linda nena







"Muchachita no seas celosa, el amor es así
así como tú me quieres otras también me quieren igual"






"Eres bien bonita, pero mentirosa...




Finalmente, les dejo una canción bien hardcore de Juaneco. Con una voz femenina animadísima XD




Juaneco y su combo - Vacilando con ayahuasca - The Roots of Chicha





Es difícil conocer a las personas, aún más, si éstas tratan de impresionarte.

domingo, 17 de octubre de 2010

lunes, 11 de octubre de 2010

Teoría de juegos

Ese día estudié con una dibujante frustrada y con un posible aviador comercial. Fue sorprendente escuchar todo lo que sabían de otras artes. Ella, pérdida como estaba en costos, se puso a hacer hermosos garabatos, y luego del coro de una canción, resultó que nuestro flaco amigo casi casi fue aviador en un lugar muy lejano de aquel escritorio lleno de papeles donde nos encontrábamos (tmr!! dijo el chico flaco). Y así, los tres suspiramos, y seguimos con las teorías de costos.

Aclararé que sí me gusta lo que estudio, solo que me distraigo fácilmente y que siempre existen materias que  cuestan más que otras. No me gusta la leche, pero no por eso desprecio todas las comidas o los derivados lácteos (más fumada mi analogía jaja tengo hambre creo XD).

También diré que me gustan las matemáticas, me resultan fáciles y me gusta aplicar su análisis, tratando de fusionar lo cuantitativo y cualitativo, o sea los números y el floro explicativo. 

"Las matemáticas son como los movimientos de la música clásica, solo las aprecian quienes las comprenden"

Después llegará la hora de jugar, con un título, jugaré como hasta ahora, con matemáticas y floro haré la de profesional, no hay probabilidad que determine si voy a ganar o perder. En esencia seguiré siendo yo, así que todo estará bien. Seguiré jugando como todos los días, como todos. 


sábado, 9 de octubre de 2010

Dispersión

Pienso, siento y actuó, de diversas formas, que viran entre lo genial y lo absurdo: lo confuso, desordenado, contradictorio y lo contrario, con orden y erudición. Soy un gran rompecabezas tratando de armarse, y por eso vivo en la dispersión. 

Hoy debo estudiar, lo sé. Pero de mi mente no sale que lo que estudio no es mi pasión. Estudio lo que estudio para sobrevivir en mi país tercermundista con creciente PBI, sé que pronto debo ingresar a la población económicamente activa, y sé muchas cosas; pero en momentos como los de ahora, quiero manda todo a la mierda...

Sé nota que mi mente se rehúsa a aprender costos, como yo me rehusó a tomar leche. Mi mente bien sabe que se nutre, que necesita ese saber, mas lo desprecia y le da asco hasta su proceder. Sabe que puede, pero no quiere y como directora de mi cuerpo, sabe que para aprender lo necesario deberá invertir  muchas horas-poto. Sentada justo en frente de clásicos, solo deseo leerlos, casi los idolatro, porque sé que debo estar lejos; me falta el tiempo y si no estudio desaprobaré, aplazare y haré más lento y doloroso este tránsito y ya no mandare todo a la mierda sino que iré yo por ese lar. Me imagino a MVLL y  a Milan Kundera, gileando* a la poeta nueva, y a Los Enanos conversando entre ellos, todos toman pisco saúers** en pose bohemia en el bar Queirolo, es sábado por la noche pues. 

Y yo... yo sigo sentada, junto a mi calculadora, los costos casi me hablan, me cuentan de fallas en la calidad, de un posible cierre de fabrica, de deudas financieras, hay saldos que piden amortización. Con cálculos garantizo que el prestamista gane el 30% y con deducción que el que pidió el préstamo se suicidará luego de la banca rota.  

Yo sé como termina esta historia, yo siempre tome la leche (siempre que hubo gente y no pude tirarla por el lavadero) antes de salir a jugar (el refuerzo positivo). Yo sé que terminaré esta carrera y que daré mi examen de costos ( porque tampoco puedo tirar todo ello por el lavadero) y que luego saldré a jugar (el refuerzo positivo hoy, es la libertad... por lo menos la económica).

Y la dispersión sigue, sigue, sigue...

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* Gilear = cortejar.
** Pisco Sour, cóctel preparado con jugo de limón y el licor destilado Pisco.

... escribo porque en la fantástica internet se puede ser lo se quiere, hasta uno mismo.