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domingo, 12 de diciembre de 2010

Mujeres románticas (Susana Rinaldi)


Digo siempre, en cuanto a Malena, y a María, que me hubiera gustado saber si estas mujeres existieron en realidad, o si fueron invento de estos poetas. Y, de haber existido, me hubiera gustado saber cómo hicieron para que estos hombres escribieran las maravillas que escribieron. Posiblemente porque estos poetas fueron caminando por muchos barrios de Buenos Aires a la hora de que las casas bajas cerraban las persianas.Y adivinaron, porque para eso estan los poetas, que detrás de cada una de esas cortinas había siempre una muchacha esperando lo que jamás llegaría.

¿Qué esperaban? El amor. El amor más imposible. El amor más inventado. Más que el amor, una fantasía que se les había instalado en el alma. ¿Por qué? Porque ellas eran románticas. Las habían educado en la idea del romanticismo para que tuvieran una actitud de eterna espera. Para que se quedasen detrás de las cortinas espiando una vereda por la que jamás llegó el tan famoso principe azul. Porque así era... esa era la idea del romanticismo, ese romanticismo que las hizo sumisas, silenciosas, resignadas, ilusionadas... equivocadas.

¿Y qué era el romanticismo? Un tónico.. al revés. Para que no crecieran nunca, para que fueran como eternas niñas. Por comenzar, a ellas las había traído la cigüeña. La cigüeña se pasaba la vida de París al barrio y del barrio a París, dejando paquetitos y volvía a buscar otro paquetito.. Las había traído la cigüeña porque ellas nacían también de otro amor.. romántico. Aclaremos: en aquella época no existía el espermatozoide. El espermatozoide. Ellas no conocían esta historia, habían nacido de madres vírgenes que les metieron en la cabeza la idea de la virginidad. Habían ido a escuelas donde les habían macaneado desde el comienzo -hasta el final-... ¿O no se acuerda alguno de ustedes de esas aulas, frías, enormes, en esas paredes donde colgaban esas láminas... Por ejemplo, el cuerpo humano, ¿ah? Había mucho pulmón, ¿no? Mucho estómago, mucho hígado, mucho intestino y para de contar. El intestino terminaba en un agujerito. Y el agujerito también tenía el nombre prohibido. A nadie se le ocurría hablar del agujerito. En el romanticismo los agujeritos no existían. Porque no se los nombraba. Y ya sabemos, ¿no? Lo que no se nombra no existe.

Esa era la idea del romanticismo: una hoguera de hielo donde se quemaron de frío las pasiones, los latidos y los deseos de las muchachas que esperaban detrás de las cortinas la llegada de un príncipe azul. ¿Qué príncipe? ¿qué azul? Cuando se arrimó el muchacho del frente, no era azul. Cuando se arrimó el muchacho del frente y quizo tímidamente desabrochar dos botoncitos de la blusita que ella llevaba, la ilusión se les vino abajo. Huyeron aterrorizadas. Huyeron para quedarse eternizadas detrás de las cortinas. Sí. Talvez fue en ese momento cuando pasó tal escritor, o cuando pasó tal otro poeta, y descubieron que estaban allí, escondidas, perdidas, y con un gesto de amor, las rescataron para siempre.

Pero qué triste quedarse para siempre eternizadas en heroínas de tango. Por supuesto, muchas escaparon del romanticismo (sino yo no estaría aquí ahora), aprendieron que la lámina de la escuela estaba incompleta cuando, en la oscuridad asustada del zaguán, se acercaron al cuerpo sorprendente del muchacho de enfrente. Habría que levantarle un monumento al zaguán. Y a esos príncipes... sin sangre azul, que conquistaron tantas fortalezas, le pusieron besos a las chicas en los zaguanes, le dijeron algunas palabras prohibidas a las chicas en los zaguanes, tuvieron el coraje de darle una patada al romanticismo para que la vida estallase y posiblemente para que la cigüeña volviese a volar, dejando un paquetito, y otro, y otro.

Habría que hacerle un monumento a los muchachos de en frente. Pues le pusieron vida a la ausencia de vida. Y ya vemos ya, que no hay teoría que sea más fuerte que la vida misma… solo se trata de vivir, vivir, vivir...

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... escribo porque en la fantástica internet se puede ser lo se quiere, hasta uno mismo.