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domingo, 3 de abril de 2011

Lenguaje de miradas

Nunca he sido buena para identificar en la calle y de buenas a primeras si alguien es gay o no. No tengo la cualidad (si es que existe) de identificarlos/las por la ropa o por la forma en la que caminan o mueven el poto (como dicen mis amigos - chicos, como dijo Lourdes Flores). Como hay tantas modas, poses y poseros, puedo llegar a sospechar, pero poquísimas veces a estar segura.

Esas poquísimas veces ocurrieron cuando miré directo a los ojos, en un lenguaje de miradas. Es una cosa curiosa, como una confesión mutua (tácita y muda) : yo sé que tú eres, y tú sabes que yo soy.

La primera vez que me sucedió yo estaba en el baño de la universidad, aún no asumía mi bisexualidad; la posibilidad de que me gustará una chica era latente, pero era eso, una posibilidad, y en tales circunstancias (en el baño, un día cualquiera, estando sola) era remota.

Estaba en uno de los 2 cubículos del baño de aquel piso, pensando que no había nadie, hice pichi, me subí el pantalón, arregle mi ropa, giré el cuerpo para bajar la palanca, giré de nuevo hacía la puerta, miré el pestillo de la aldaba, lo cogí, lo moví - sonó un cric-  con la mano derecha empuje la puerta con un movimiento automático un tanto brusco a la vez que di un pequeño paso mientras levantaba la mirada desde la altura del pestillo hasta el frente y... chan! me encontré con dos ojazos, a la misma altura que los míos, en la misma dirección y en posición de cuerpo complementaría. Parecía que habíamos formado un paso de tango.

Ella estaba justo en frente mío, y en un solo reflejo sostuvo la puerta con su mano izquierda, y se quedó mirándome. Yo con un pie dentro del baño y otro afuera también sostenía la puerta, también la miraba, y estaba petrificada (¿La conocía de algún lado? ¿La he asustando abriendo la puerta rápido? ¿Por qué no entra al cubículo de al lado? ¿Tengo algo en la cara?)

Mientras, ella seguía con la mano en la puerta, y yo también; ella me miraba, y yo también. Ninguna de las dos se movía, así que ni yo podía salir, ni ella podía entrar. Habrán sido segundos los que nos quedamos así, pero me parecieron una eternidad.

De pronto, nos sonreímos, ligeramente. Y no sé si ella empezó, o yo empecé, pero el hecho era que nos estábamos mirando a los ojos, sonriendo sin mover ningún otro músculo del cuerpo, quietas en la puerta de ese baño. ¿Por qué nos sonreíamos y no decíamos nada? Podría decir que eramos amables, que no sabíamos ni ella ni yo, como decirle a la otra: !quítate! Pero no, no era eso. O bueno, yo no lo percibí así, era otra cosa, yo sentía que la conocía, o que la podría conocer, y me daba curiosidad esa mirada, y todo eso lo expresaba con una ligera sonrisa. Mientras extrañamente, le mantenía la mirada. Y lo otro extraño, era que ella tampoco se movía, que me miraba y que también sonreía (¿Qué estaría pensando?)

Todo esté diálogo interno me dejo sin palabras, de alguna manera pasamos una al lado de la otra y cada una continuo su camino en ese baño: yo hacía afuera y ella hacía dentro. Podría haber seguido de largo, hacía la puerta de salida, o mirarme al espejo distraída; pero no, la curiosidad pudo más, y yo una vez fuera del baño, giré hacía donde estaba, y la miré de nuevo (en la mente la curiosidad había formulado la pregunta: ¿Disculpa, te conozco? Algo que finalmente, no llegué a decir, porque mi razón me decía que la pregunta no venía al caso: yo no la conocía) Ella estaba adentro, pero la puerta aún estaba abierta y no la cerraba. Y nos volvimos a mirar, nos auscultamos los ojos, y sonreímos de nuevo.

En ese momento, la situación cómplice se desarrollo: ella bajo la mirada al piso (¿Tardíamente tímida? ¿Incómoda? ¿Para cerrar la puerta?), e inmediatamente la volvió a subir dirigiéndola hacía mis ojos, con la diferencia de que ahora me estaba sonriendo más y mirándome con un tanto de soslayo; yo en un acto reflejo que hoy me sorprende, reaccioné sonriendo también, solo que con una sonrisa más curva, como si hubiera entendido algo... (coqueta, coqueta, coqueta (8)).

Sin dejar de sonreír, le dije el "Chao" más cómplice y condescendiente que habría dicho nunca jamás hasta ese día.

-"Chao"- me dijo ella también, sin perder aquella sonrisa (¡y qué sonrisa!).

Mientras yo me alejaba, dando un paso hacía atrás antes de girar hacía la salida, vi que ella poco a poco -finalmente- cerraba la puerta del cubículo. La puerta cerrándose y mi humanidad girando hacía la salida no impidieron que nuestros campos de visión se buscarán, hasta que ya no se pudo más.

Ese día me fui con una sensación extrañísima. ¿Qué acababa de pasar con aquella desconocida? Era el idioma: yo sé que tú eres, y tú sabes que yo soy. Solo que yo a través de un acto reflejo, harto coqueto, recién descubría... Que podía hablar.





3 comentarios:

Bwii dijo...

Morí de risa con "coqueta coqueta coquetaaa"... Me "Like it" :)

EL BREVE ESPACIO dijo...

A mi eso del lenguaje no verbal me deja media confundida, pero es una confusión digamos satisfactoria. A ver, para poner un ejemplo, es como saborearte los labios y no reconocer excatamente el sabor pero es encatadoramente agradable. En las pocas ocasiones en que me ha pasadio siempre me quedo con la duda y me pregunto ¿qué fue eso? auqnue casi siempre con una sonrisa boba dibujada en la cara.

Lavi dijo...

Claro, es algo difícil de describir, una sensación extraña pero encantadora.

No la busco, pero disfruto mucho cada vez que me pasa.

Saludos

... escribo porque en la fantástica internet se puede ser lo se quiere, hasta uno mismo.